PELEAS DE PAREJAS

Las 10 peleas típicas de la pareja y cómo resolverlas

La vida en pareja no es siempre armónica. Los desencuentros y las discusiones suelen suceder a menudo. ¿Cómo abordar las diferencias de un modo inteligente y productivo

Más allá de las historias personales y del tiempo que lleven juntas las parejas, hay una serie de temas conflictivos que, por lo general, son los mismos: el dinero, la familia del otro, los celos, el tiempo libre, los hijos, la carrera o el trabajo, las tareas hogareñas, los intentos de cambiar al otro, los detalles y la trampa de querer tener razón.
Para resolverlos, hay que aprender ciertas herramientas y actitudes (que se han desarrollado en la nota “5 recursos para una buena convivencia”). Son los siguientes: 
1. Hacerse cargo de lo que uno siente sin echarle la culpa al otro.
2. Aprender a poner límites.
3. Ser asertivo (plantear las cosas en primera persona y afirmativamente).
4. Ser flexible.
5. Saber negociar sin resignar ni tratar de imponerse sobre la pareja.
 
La doctora Graciela Moreschi, médica psicoterapeuta, nos da las respuestas a los problemas más comunes.
 
1. La familia de origen. El tema de la familia de él o de ella es un motivo frecuente de discusión, sobre todo en parejas de recién casados, que están marcando terreno para ver quién impone las reglas. Estas son peleas por poder, en las que cada uno descubre que tiene una mirada particular sobre el mundo que no coincide con la del otro.
 
¿A quién hay que ser leal? La lealtad es a la pareja. Se supone que, desde el momento en que se han casado, han conformado una sociedad y rompieron con el núcleo anterior. Esa es la única forma de que el sistema se fortalezca.
 
Si uno tiene problemas con la familia del otro, ¿evitar el encuentro es una solución? Por supuesto, uno no se puede aislar de su propia familia ni pedirle al otro que lo haga, hay que sumar y no restar. En otras palabras, no se trata de abstraerse o aislarse, sino de poner límites a esta influencia. Y el que tiene que poner límites, en primer lugar, es el hijo. No la mujer del hijo o el marido de la hija.
 
¿Y cómo se pone límites sin lastimar al compañero? Los límites, primero se ponen a la propia familia, luego al compañero. Poner límites no es pelearse con ellos sino plantear que tal o cual situación nos hace sentir mal y que esperamos tolerancia de la otra parte. También es pedir un trato respetuoso. Nadie puede exigir al otro que quiera a quien no ha elegido, pero sí se le puede pedir que no provoque conflicto.
 
 
2. El dinero. Las discusiones por el dinero aparecen a lo largo de toda la historia de la pareja, cualquiera sea su edad y desde que recién se casan hasta que llevan muchos años de convivencia. El dinero tiene que ver con el manejo y con el poder.
 
¿Por qué el dinero es un problema? Porque, aunque se diga que en la pareja todo se comparte y que ambos son socios, lo cierto es que el que gana más toma las decisiones más importantes. En las parejas, hay un manejo de caja chica y un manejo de caja grande. Muchas veces, son las mujeres las que gastan, pero se ocupan de los gastos pequeños, cotidianos. Las grandes decisiones económicas: cambio del auto, compra de propiedades o inversiones, las toma el hombre, que es el que más gana por lo general.
 
¿Pero, si los dos trabajan por igual, no tendrían que gastar por igual también? El cómo se reparte el ingreso es todo un tema. Porque, muchas veces, las mujeres trabajan, pero trabajan para sus gastos. Con lo cual, se comportan como hijas adolescentes, perpetuando el sistema familiar del que venían cuando eran solteras. Ellas pagan su ropa, sus estudios y gastos de los chicos, aludiendo que es “su” dinero. Eso se puede mantener cuando la situación económica es holgada, pero, a la larga, genera recelos.
 
¿Qué es menos conflictivo: mantener cuentas separadas o hacer -un fondo común? Depende. Hay quienes mantienen cuentas separadas y cada uno se hace cargo de determinados gastos; y quienes le dan el sueldo al otro para que se lo administre. Cualquiera de los dos sistemas y otros intermedios, sirve. No hay un modelo mejor que el otro sino uno en el cual los dos miembros de la pareja se sienten satisfechos.
 
Que la mujer gane más que el hombre, ¿puede convertirse en un problema? En general esto es conflictivo, porque hay una cuestión cultural fuerte, en la que lo esperable es que él gane más. Cuando ocurre a la inversa, muchos hombres se sienten menos. Pero también están los que buscan mujeres poderosas y se sienten cómodos en ese lugar.
 
Si la pareja es una sociedad económica, ¿cuál sería el mejor modelo? La pareja es una sociedad, no solo económica, y, como tal, cada uno debe tener conciencia de lo que da y de lo que recibe en una proporción equilibrada. A veces, uno gana el dinero y el otro se ocupa de todo el resto y es una buena sociedad porque ambos están satisfechos. Otras veces, se distribuyen las tareas y el aporte económico. Para mí, el secreto es que ninguno se sienta “abusado”. Cuando alguno piense que la sociedad es desigual, debe plantearlo.
 
Hay casos de hombres que no asumen la responsabilidad de mantener el hogar. ¿Qué se hace en casos así? En primer lugar, habría que ver si esos hombres están divorciados o si conviven. Si son divorciados, creo que hay que resolverlo judicialmente. Si conviven, hay que plantearse qué hombre están eligiendo y qué es lo que se obtiene de esa relación. Posiblemente, descubran que el vínculo encierra otros problemas más allá de lo monetario.
 
 
3. El trabajo y la carrera. En muchas parejas, más allá de quien gane más, la pelea puede venir por el lado de quien tiene un lugar más importante a nivel laboral. Los conflictos surgen cuando cada uno tiene un plan de carrera individual y a esto se suma el ingrediente de la competencia, sobre todo cuando ambos trabajan en lo mismo. En estos casos, la pareja no es un apoyo para el desarrollo profesional sino que quita espacio y tiempo para la carrera. Esto lo siente más la mujer que el hombre.
 
¿Por qué? Porque la mujer actúa en los dos terrenos. Para el hombre, por una cuestión cultural, la pareja es un soporte porque se ocupa de los temas cotidianos mientras ellos se dedican al trabajo y a traer dinero a casa.  En cambio, la mujer, además de trabajar y de querer desarrollarse profesionalmente, siente como propia la responsabilidad de llevar adelante la casa. Y, si no lo hace o no lo hace bien, siente culpa.
 
Se dice que “los problemas de casa, hay que dejarlos en casa y los del trabajo, en el trabajo”, ¿esto es realmente posible? Esto es difícil de poner en práctica. Si decimos que tenemos que dejar los problemas afuera, entonces, ¿quién llega a esa casa? Una cosa es quedar enganchado con todo lo del trabajo y no admitir otro tema de conversación, y otra pretender que uno llegue a casa como si nada le hubiera pasado.
 
Cuando decimos: “dejá los problemas laborales afuera”, en realidad, deberíamos decir: “necesito que te involucres con los temas de la casa”, que el trabajo no sea lo único importante.
 
Si hay un tema que nos preocupa y ocupa nuestra libido, nuestra energía y atención en ese momento, no podemos dejar de contárselo a la pareja. Cuando uno se relaciona con otra persona, lo hace desde la totalidad, no parcialmente. Una pareja es el lugar donde uno más se debería involucrar. Por eso, se deberían hablar todos los temas. La cuestión es cómo lo planteamos.
 
¿Cómo plantear el tema de la competencia? Hay que asumir que uno mismo compite también… Creo que lo primero que hay que admitir es que, para que haya rivalidad, debe haber, por lo menos, dos personas. Si uno no tiene con quién competir, el otro no puede hacerlo. A partir de ahí, se verá cómo se resuelve. Lo más importante es hacerse cargo de la parte de uno. Recordemos que lo único que podemos cambiar es nuestra cabeza.
 
 
4. Los hijos. Las discusiones respecto de los hijos son inevitables y necesarias para acordar temas fundamentales como la educación, los permisos, los límites. Aún cuando la pareja se separa y deja de discutir por cuestiones de poder, competencia profesional o la familia de cada uno, el tema de los hijos continúa. Si los dos están involucrados, va a haber diferencias todo el tiempo, y hay que ir negociando. Esto no es fácil, pero ¿quién dijo que criar hijos era fácil?
 
¿Cómo se solucionan las diferencias si los padres tienen distintos parámetros para la educación?
Lo importante es plantear los temas de una forma positiva, pensando siempre en los hijos y no en ganarle la discusión al otro. Es lógico que surjan diferencias porque cada uno viene de familias distintas, con valores y percepciones diferentes. Pretender que uno se acople a lo que dice el otro instantáneamente es una utopía. Cuando están siempre de acuerdo y no hay discusiones sobre el tema, se puede pensar que hay uno de los dos que está resignando posiciones para estar más cómodo.
En general, el que queda afuera es el hombre. Pone el dinero, pero la que decide todo es la mujer. Y, entonces, al hacerse cargo de todo lo concerniente a los hijos, ella se siente muy sobrecargada y también se siente dueña de los hijos.
 
¿Cómo se negocian estos temas cuando la pareja está separada?
La negociación vale tanto para las parejas que viven juntas como separadas. Si tienen hijos en común, la sociedad como padres no se rompe nunca, por más que ya no exista la pareja. A medida que los hijos crecen, traen distintas problemáticas. Primero, es la escolaridad, luego las salidas, el dinero...
En esto, no es conveniente ceder. El que siempre se relega es porque se está desentendiendo del problema. Y, cuando el padre se desentiende de los hijos una vez que se separó, es porque ya lo había hecho antes, mientras vivía con su pareja. En muchos casos, ni siquiera pasan dinero. Esto ocurre porque nunca participaron en la crianza de los hijos y no sienten el compromiso de involucrarse.
 
¿Cómo resolver el tema de los padres que se desentienden de los hijos? Aquí hay dos niveles: uno jurídico y otro de interrelación. Me parece importante que, en lo que tiene que ver con el vínculo, la mujer piense si le da un lugar al padre o si ella se siente con más derecho sobre los hijos. En caso de que así fuera, debería tratar de involucrar al otro haciéndole saber cada cosa que ocurra con el hijo y consultándolo. Muchas mujeres pensarán cómo dar esta entrada a un hombre que ni siquiera se ocupa de pasar alimentos. Y entiendo esta postura, pero deberían saber que, si los dejan afuera de las decisiones, esto es como una bola de nieve y cada día ellos se desinvolucrarán más. 
¿Cómo manejar las diferencias de modo que los hijos no queden confundidos? Los hijos saben perfectamente con quién pueden obtener ciertos permisos y con quién, no. Cuando un chico es demasiado rebelde, nos preguntamos arriba de los hombros de quién está subido para ser más alto que el otro padre. Lo que ocurre es que, cuando hay rivalidades que no se resolvieron, entre los padres, uno de ellos se asocia con el hijo para criticar al otro, para descalificarlo o boicotearle una resolución. Hay que tener mucho cuidado con esto.
 
¿Y cómo hay que actuar? En principio, no hay que dejarse presionar por los hijos. Si no hay acuerdo sobre algún permiso, plantearle que se necesita un tiempo para consultarlo y resolver entre los dos. Y, sólo cuando se llegó a la resolución, comunicársela al hijo. Lo peor es que uno le diga una cosa y el otro, otra distinta.
 
 
5. Las tareas domésticas. ¿Cómo evitar problemas con  la pareja en relación a este tema? Hay herramientas para tener en cuenta en éste como en todos los temas de discusión. La más importante es saber plantear, ser asertivo. En el planteo, es importante no reprochar, no culpabilizar y sí reclamar, en el sentido de plantear la demanda en una forma positiva, a partir del “Yo siento, creo, necesito”, siempre en primera persona del singular. 
El planteo no es “vos no me ayudás nunca, me ves fregando como loca y te ponés a mirar televisión…”. Si empezamos acusando, el otro se cierra, no escucha, se pone a la defensiva o da vuelta el planteo y sigue: “y vos tampoco, no considerás lo que hago…”. Esto lleva a una escalada que no sirve.
 
¿Y cómo sería una forma positiva de plantear las cosas? Primero, hay que describir la situación. Segundo, decir lo que sentimos. Y, en tercer lugar, proponer cómo se podría solucionar. No pensar que el otro debería darse cuenta o saberlo si no se lo decimos. El otro puede no darse cuenta aunque parezca obvio, porque, en su casa, lo hicieron siempre de determinada manera.
Ésta sería una forma positiva de plantear el problema: “Yo vuelvo muy cansada del trabajo y no tengo fuerzas para dedicarme a todo esto. Necesito que hagamos juntos estas tareas”. Esto va más allá de una “ayuda”, lo que se pide es compartir las tareas, de igual a igual. Esto no es fácil, porque tradicionalmente, la mujer tiende a tomar la responsabilidad principal en las cuestiones de la casa y pedir una ayuda al otro sólo cuando ya no puede más. Pero hay que empezar, de a poco, a cambiar la forma de pensar y de plantear el problema.
 
 
6. Los celos. ¿Cuándo son normales y cuándo pueden destruir una pareja? En toda relación, una cuota de celos denota interés por el otro, por cuidar a alguien a quien consideramos valioso. Pero, cuando los celos se tornan exagerados o enfermizos, terminan destruyendo la relación. Porque toda pareja se asienta habitualmente en tres soportes: amor, compañerismo y confianza. La confianza implica tener en cuenta que nadie es dueño de nadie. El otro es una persona autónoma que elige estar con uno.
 
¿Cómo podemos evitar que arruinen la relación? Creo que, desde un inicio de la relación, no hay que dar lugar a los planteos que parecen inocentes, pero que encierran un intento de control. Se empieza por preguntar: “¿qué ropa te ponés, con quién te vas a ver, o a qué hora volvés?”. Pero, si se toleran estas pequeñas injerencias, esto da lugar a una intromisión cada vez mayor. Entre personas que se quieren y se tienen confianza, cada uno es dueño de vestirse como quiere, salir con amigos sin su pareja o disponer de su tiempo sin que esté necesariamente engañando al otro.
 
Pero no siempre es fácil hacer entender esto, ¿cómo se “convence” al otro de que uno se está “portando bien”? No se trata de convencer a nadie de que uno está haciendo las cosas bien, porque no es un chico y el otro no es un padre. Habría que ver qué pasa con la confianza. Hablar y tratar el tema. Ver entre ambos qué actitudes provocan desconfianza, ver si se pueden cambiar o si es un problema del otro que le cuesta creer. En todo caso, cuando falla la confianza la pareja tiene mal pronóstico.
 
¿Y qué pasa cuando los celos son fundados o hay una infidelidad? Cuando hay una infidelidad, aunque no se confiese ni se descubra, el otro la intuye y, muchas veces, prefiere negar esa realidad dolorosa. Pero ocurre que ya no confía y, al destruirse la confianza, la pareja queda privada de uno de sus pilares y se desestabiliza. 
Nunca una infidelidad es algo fortuito, siempre tiene razones que pueden ser tanto una necesidad propia de autoafirmarse y seducir como una disconformidad con el otro. En general, la infidelidad es una actuación de conflictos que no se hablaron. Pero también puede ser una oportunidad para replantear la pareja. No es fácil, pero algunos pueden, con mucho trabajo por parte de los dos, reconstruir la relación y volver a confiar.
 
 
7. El tiempo libre. ¿Por qué los fines de semana o las vacaciones pueden volverse una pesadilla para la pareja? En general, hay muchas discusiones respecto a qué se hace en el tiempo libre y cuánto de él se dedica a la pareja o a la familia y cuánto a uno mismo. Lo que ocurre es que, casi siempre, hay uno en la pareja que es más activo que el otro, mayormente, la mujer. Y es la que decide qué hacer y en dónde, y el otro se comporta pasivamente.
 
¿Cómo se negocia el manejo del tiempo libre, por qué es importante conservar espacios individuales? Es bueno tener un tiempo para estar juntos, pero también reservarse un tiempo individual. Para compatibilizar ambas necesidades, habría que elegir una actividad o dos para compartir por fin de semana. O ir al cine, o a comer, o a casa de amigos. El resto del tiempo es de cada uno. Si a uno le gusta estar con la computadora y el otro prefiere ir a la casa de su mamá o ir al parque, pueden plantearlo como actividades individuales. No es necesario acompañar al otro a todos lados. Ambos necesitan un tiempo para sí mismos y no se puede coincidir con el otro en todo.
 
¿Cómo distinguir la defensa del espacio personal de la indiferencia hacia el compañero? En una pareja debe haber un espacio para uno mismo y otro, compartido. Si todo es compartido, alguien se está anulando, o los dos. Si sólo se unen por un punto que apenas se roza, entonces, hay poco contacto. La línea entre el excesivo involucramiento y el desinterés es, a veces, delgada. El equilibrio no es fácil, pero lo importante es tener un lugar para lo propio donde quepan: amigos personales, relaciones con la familia (no se puede estar con la propia familia siempre en pareja, porque hay cosas que uno quiere y debe hablar a solas), los intereses personales, hobbies, etc.
 
 
8. Los intentos de cambiar al otro. ¿Por qué, si elegimos a alguien por lo que es, después queremos cambiarlo? Los terapeutas de pareja solemos decir que la gente se separa por lo mismo que se enamora. Muchas veces, se elige lo opuesto, aquello que complementa y, por lo tanto, fascina. Y, mientras no se convive, es fácil admirar en el otro esos rasgos diferentes. Con el enamoramiento, se compra la ilusión de que todo cambiará. Pero es eso, una ilusión.
 
Entonces, ¿qué hay que hacer?, ¿resignarse? Pretender cambiar la forma de ser del otro o que cambie sus puntos de vista no sirve. Estos manejos se dan mucho, a veces de la peor forma, descalificando y agrediendo al otro o con buenas maneras. Sin embargo, el cambio es algo que la persona tiene que hacer por sí mismo, no en el momento y de la manera en que nosotros queremos. Si tratamos de imponerle a nuestra pareja nuestro modo de pensar o la forma en que nosotros haríamos las cosas, lo más probable es que, tras largas horas de discusión, cada uno siga en su postura, más cerrado que antes. Lo que podemos hacer es plantear claramente aquello que queremos, pero sin tratar de convencerlo. Empezar con las frases asertivas: “Yo necesito, yo deseo, yo pienso”. No lo que el otro debería pensar, ver o hacer.
 
¿Cómo convencer al otro de que necesitamos cambios? Ningún cambio que se sienta necesario amenaza la pareja más que el no cambio. El tema es que el cambio lo hace uno, no porque se lo pida el otro. En todo caso, luego de que uno cambió, el otro se acomodará al cambio producido.
 
 
9. Los detalles. Las parejas discuten por grandes temas, pero terminan peleándose por quién dejó el piso del baño mojado… Sí, porque las grandes decisiones, en general, se hablan antes, durante el noviazgo o en las primeras etapas. Es muy raro que, una vez formada la pareja, se encuentren con que uno quiere tener hijos y el otro no, o que uno quiera ir a vivir afuera y el otro, no.  En cambio, las discusiones por temas más pequeños son muy frecuentes. Porque los detalles no son tan detalles. Esas peleas revelan luchas por el poder, inflexibilidad e intolerancia. Dicen mucho sobre la consideración que se tiene por el otro; cuestiones sobre quién se siente con derecho a disponer del auto, o de los ahorros y qué lugar ocupa cada uno.
 
Pero, ¿vale la pena pelearse estos detalles? Vale la pena hablar sobre ellos, porque son cosas que nos molestan y que perturban la relación. Siempre siguiendo las reglas de: plantear el tema en forma positiva, desde la primera persona y no como una acusación, y dejando en claro cuál es nuestra propuesta o qué necesitamos.
 
 
10. La necesidad de ganar o tener razón. ¿Cuándo conviene ponerse firme y cuándo es mejor decir “hasta aquí llegué” en una discusión? Hay momentos en que es bueno plantear temas y discutirlos, y, en otro momento, es bueno dejar pasar el problema. Es importante hablar, pero debemos tener cuidado en cómo planteamos la discusión. Muchas veces, queremos convencer al otro de que tenemos razón o de una determinada idea. Debemos preguntarnos si queremos resolver el problema o simplemente ganarle al otro.
 
¿Qué herramientas hay que tener en cuenta para resolver los conflictos? La capacidad de poner límites. Esto implica reconocer y trazar las fronteras que nos separan del otro. Es bueno preguntarse cómo ponemos límites. 
En segundo lugar, es muy importante expresar lo que sentimos y queremos y, también, lo que nos desagrada. Reconocer nuestras emociones y manejarlas de modo que no se vuelvan en contra nuestra. La flexibilidad es otra gran virtud para resolver los conflictos. Muchas personas confunden la rigidez con fortaleza, sin embargo, el ser rígidas las expone a quebrarse ante cualquier contrariedad. Quien es flexible es más fuerte, porque perdura y se adapta.

FUENTE DIA A  DIA

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